[Todos] Fwd: Varsavsky sobre ciencia y tecnología

martin graziano marting at qb.fcen.uba.ar
Thu Dec 30 17:14:49 ART 2004


 Un poco para reflexionar a fin de año...

          martin

----------------------- Mensaje original ---------------------------------
Asunto: [Pol-cien] Varsavsky sobre ciencia y tecnología
De:     "Bibiana Apolonia" <bibiapo at sinectis.com.ar>
Fecha:  Dom, 26 de Diciembre de 2004, 8:20 pm
Para:   pol-cien at ccc.uba.ar
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 Buenos Aires, 24 / 12 / 2004
SOSTIENE VARSAVSKY
Por: DIVULGON (Fecha publicación:24/12/2004)

En una charla pronunciada en la Universidad Central de Venezuela en Junio
de 1968, el Dr. Oscar Varsavsky vuelve sobre sus pasos, retoma viejos
conceptos y propone nuevos desafíos a la luz de la historia. Son palabras
que tienen el valor de haber sido pronunciadas a partir de una historia de
vida y de su posterior análisis, profundamente crítico. Para situarnos
ante estos hechos, la historia nos remite a 1955 cuando se encamina la
denominada Renovación de la Facultad de Ciencias de la Universidad de
Buenos Aires hasta que la policía entró a repartir palos a estudiantes y
profesores en Julio de 1966, inaugurando lo que se daría en llamar 'la
noche de los bastones largos'.

Las palabras de Varsavsky resumen con crudeza los problemas encarnados en
nuestro sistema de ciencia y tecnología, en nuestras universidades y en
sus propios actores, en tanto profesores o estudiantes, y tienen la
extraña virtud de llegar a nuestros días sin perder vigencia, muy por el
contrario, sus palabras siguen describiendo con total precisión lo que aún
vivimos y padecemos.

Finalmente, sólo nos resta advertir que en este artículo se superponen
tres tiempos históricos: la experiencia desarrollada en la Facultad de
Ciencias de la UBA desde el '55 al '66; el análisis crítico a la luz de lo
realizado en otro tiempo (1968) y lugar (Venezuela); y nuestro propio
tiempo sobre el cual impactan desafiantes estas palabras.

Ahora si, por mucho mal que nos pese, sostiene Varsavsky...

Sobre la necesaria renovación académica

(...) Empeñados en realizar una renovación académica han llegado a la
conclusión que, aun sin discutir a fondo cual es el papel de una Facultad
de Ciencias en un país subdesarrollado, hay una cosa segura: para
desempeñar bien su papel debe formar profesionales y científicos serios,
responsables, capaces de utilizar todos los instrumentos que la ciencia y
la técnica ponen a su disposición y de crear los que necesiten y aún no
existan. Rechazar en cambio el concepto de Facultad que se limita a
otorgar títulos académicos como recompensa a los alumnos que han tenido la
habilidad o la paciencia de aprobar sus exámenes

Esto les ha señalado claramente uno de los enemigos naturales de la
renovación: el profesor anticuado, incapaz o desinteresado, que por
desgracia abunda en nuestras universidades, y que no cumple ni remotamente
con su misión formadora, porque no sabe o porque no le importa.

Sobre fósiles y cientificistas

En toda acción es muy cómodo identificar al enemigo: la táctica, las
victorias, las derrotas, todo se hace más claro y fácil. Yo estoy de
acuerdo en que esos profesores 'fósiles' son un enemigo que hay que
vencer, y ojalá tengan pleno éxito en esa tarea. Pero quiero hablarles de
otro enemigo no tan fácilmente identificable, puesto que en ocasiones como
ésta aparece incluso como un aliado, pero que luego resulta más peligroso
que el otro, más eficiente en la tarea de impedir a la Universidad
realizar su verdadera misión.

(Tomando como referencia a la renovación que se hizo en la Facultad de
Ciencias de Buenos Aires, en el período 1955-1966) Pensando siempre en el
primer enemigo, quisimos pues asegurarnos de que sólo 'buenos científicos'
iban a ganar los concursos. Si se tomaba en cuenta como antecedente la
antigüedad en la docencia o los títulos académicos habituales en el país,
se nos volvían a meter los fósiles. El criterio debía ser la actividad
científica, pero ¿cómo se mide? La unidad de medida propuesta fue la de
más prestigio en el hemisferio Norte: el 'paper', el artículo publicado en
una revista extranjera, porque las nacionales no daban suficiente garantía
de calidad.

Todos aceptamos ese criterio. Poco a poco, sin embargo, algunos empezamos
a darnos cuenta de ciertas tristes realidades de la vida científica.
Encontramos que en algunos campos, como Biología, donde el nivel
internacional es muy desparejo, hay revistas extranjeras dispuestas a
publicar prácticamente cualquier cosa. Una mala descripción de un alga de
la Patagonia o cualquier otra trivialidad podía hacerse publicar en alguna
revista internacional, con tal de tener algún conocido en el cuerpo
editor.

En otro tipo de ciencias, como la Física, descubrimos gente que habiendo
aprendido en el exterior una técnica todavía no muy difundida en el mundo,
se hacía comprar el aparato correspondiente al volver al país y se ponía a
aplicar esa técnica a muchas sustancias diferentes. Hay miles de moléculas
que se pueden analizar por resonancia paramagnética, por ejemplo: cada una
de ellas puede producir un paper, cuyo valor puede ir desde infinito a
cero, o incluso ser negativo. La persona que había tenido la habilidad de
dedicarse a eso aparecía entonces con antecedentes mucho mejores que otras
de gran capacidad pero que sólo escribían un paper cuando tenían algo
decentemente original que decir.

Lo ridículo del caso es que allá igual que aquí, nosotros conocíamos
perfectamente a todos los que se presentaban a concurso, porque habían
sido colegas, compañeros, o alumnos nuestros, y podíamos decir de antemano
sin equivocarnos cuáles de ellos iban a ser útiles, quiénes iban a formar
escuela, quiénes iban a enseñar con interés, como verdaderos maestros,
quiénes se iban a preocupar por los problemas del país, sin descuidar por
ello el rigor científico. Y sabíamos por otra parte quiénes estaban
simplemente haciendo su carrera profesional en la ciencia y ponían todos
sus esfuerzos en cumplir con ese requisito formal del paper, eludiendo
toda otra actividad, incluso la enseñanza.

Sobre los papers

Hacer un paper no es tan difícil. Yo diría que cualquier graduado de esta
Facultad puede publicar en una revista extranjera sin mucho más esfuerzo
científico que el que hizo para graduarse, siempre que haya conseguido un
'padrino' extranjero que le haya dado un tema que tenga algo que ver con
las corrientes de moda. Eso se consigue yendo becado al exterior, y es muy
fácil equivocarse al asignar becas.

Sobre la 'carrera científica'

(...) La ciencia, por su gran prestigio, se ha convertido en una profesión
codiciada y en ella hay que hacer carrera de cierta manera, ya
estandarizada por normas internacionales. El éxito consiste en publicar
papers, asistir a congresos y simposios, recibir visitas de profesores
extranjeros, ser invitado a otras universidades como profesor visitante.
Esta carrera requiere una técnica y un cierto umbral de capacidad y
preparación. Pero la inteligencia no es un elemento decisivo, salvo en el
caso de genios, y este caso lo dejamos de lado porque sobre genios no hay
ninguna regla general que valga. Para el investigador común, el elemento
decisivo para adquirir 'status' en la carrera científica es un tipo de
habilidad muy similar al 'public relations'. Tal como en la competencia
comercial, a menos que lo que se venda sea muy, muy malo o muy, muy bueno,
es más importante saber vender que preocuparse por la calidad del
producto. Esto puede parecer exagerado, y cuando yo publiqué mi primer
paper, hace 25 años, me hubiera parecido una herejía, pero la experiencia
me ha hecho cambiar de opinión.

Por supuesto, no todos los que tienen éxito en esta carrera científica son
simples buscadores de prestigio, si no, la ciencia estaría estancada y no
lo está. Pero tampoco progresa tan maravillosamente como se dice: tengan
en cuenta que desde Aristóteles hasta Einstein hubo menos científicos en
total que los que hoy viven y publican papers, y sin embargo en los
últimos cuarenta años ninguna ciencia, salvo la Biología, produjo ideas,
teorías o descubrimientos geniales corno los que asociamos a los nombres
de Darwin, Einstein, Schrodinger, Cantor, Marx, Weber e incluso Freud. Los
grandes adelantos han sido técnicos, impublicables en revistas de 'ciencia
pura': computadores, bomba atómica, satélites, propaganda comercial.

No está claro que el actual diluvio de papers ayude mucho al progreso de
la ciencia, y por lo tanto no es válido en general el argumento de los que
se niegan a 'perder tiempo' enseñando porque dicen que sus investigaciones
son más importantes. Eso puede ser cierto en un caso cada mil, no más.

Sobre el cientificismo

El cientificismo es la actitud del que, por progresar en esta carrera
científica, olvida sus deberes sociales hacía su país y hacia los que
saben menos que él.

Pero este peligro no lo vimos al principio, y seguimos preocupados
exclusivamente con el otro, el de los fósiles, incapaces siquiera de ser
cientificistas. Así, otra medida de seguridad que tomamos fue la de
incluir científicos extranjeros en los jurados. Todavía no me explico cómo
pudimos cometer semejante error.

Los científicos extranjeros son capaces -si están bien elegidos- de juzgar
entre un paper 'moderno' y uno anticuado, y siempre votaron en contra de
los fósiles. Pero cuando se trataba de elegir entre dos candidatos
científicamente aceptables, usaban sus propias normas, válidas en sus
propios países, y optaban por el que había publicado un poco más, o se
ocupaba de un tema más de moda, sin tomar en cuenta dos cuestiones
esenciales: que en Sudamérica es tanto o más importante formar las nuevas
generaciones de científicos que hacer investigación ya, y que la
investigación que se haga debe servir al país a corto o mediano plazo.
Esos criterios ideológicos, estos juicios de valor, no eran compartidos
por los jurados extranjeros, y muchas veces nos obligaron a nombrar
profesor a un cientificista dejando de lado a jóvenes también capaces de
investigar, pero más conscientes de sus deberes sociales.

El resultado práctico de nuestros esfuerzos fue que 'triunfamos',
digámoslo entre comillas (muchas personas siguen creyendo lo mismo; yo
no). En la mayoría de los casos, los fósiles fueron derrotados y en muy
poco tiempo la Facultad de Ciencias de Buenos Aires fue considerada un
ejemplo de ciencia moderna en Sudamérica; se multiplicó el número de
papers producidos, nuestros alumnos hacían siempre un brillante papel en
las universidades extranjeras a donde iban becados y cuando llegaba un
profesor visitante siempre nos encontraba al día en todos los temas de
moda.

Lo que conseguimos fue estimular el cientificismo, lanzar a los jóvenes a
esa olimpíada que es la ciencia según los criterios del Hemisferio Norte,
donde hay que estar compitiendo constantemente contra los demás
científicos, que más que colegas son rivales. Y como esa competencia
continua no es el estado ideal para poder pensar con tranquilidad, con
profundidad, no es extraño que ninguno de los muchos papers publicados por
nuestros
investigadores desde 1955 haya hecho adelantar notablemente ninguna rama
de la ciencia. Si no se hubieran escrito, la diferencia no se notaría.

A cambio de ese ínfimo aporte a la ciencia universal, encontramos que
estos cientificistas no atendían a los alumnos, o peor, implantaban un
criterio aristocrático en la Facultad: elegían algunos buenos alumnos
porque los necesitaban como asistentes para su trabajo, y se dedicaban
exclusivamente a ellos. Los demás eran considerados de casta inferior y
debían arreglarse como pudieran.

(...) En realidad, uno de los motivos que hace tan atrayente el
cientificismo es que es muy fácil: no hay que pensar en cuestiones
realmente difíciles por sus muchas implicaciones. A uno lo envían recién
graduado a una universidad extranjera y allí su jefe le dice qué artículos
tiene que leer, qué aparatos tiene que manejar, qué técnicas tiene que
usar y qué resultados tiene que tratar de obtener. Si trabaja con
perseverancia, consultando cuando se le presenta alguna dificultad, se
graduará sin duda de 'científico', y volverá a su país a tratar de seguir
haciendo lo mismo que aprendió o algo muy relacionado con eso.

Sobre la alienación, el seguidismo y la imitación de nuestros jóvenes
científicos... y de los no tan jóvenes

Poco a poco la Facultad se fue transformando en una sucursal de las
universidades del Hemisferio Norte. En nuestros laboratorios trabajaba
gente joven, muy capaz, becada al Hemisferio Norte apenas graduados, que
habían recibido allí un tema de trabajo, y ahora de regreso en el país
seguían con ese tema porque era lo único que sabían bien y lo único que
les permitía seguir publicando; eran muy jóvenes, no tenían una
experiencia amplia y no querían desperdiciar esa capacidad tan específica
que habían adquirido. Se mantenían en contacto mucho más estrecho con las
universidades del exterior que con las nuestras: todos sus canales de
información estaban conectados hacía afuera. Y desgraciadamente dimos el
ejemplo a las demás universidades e institutos científicos del país y
llegamos a extremos escandalosos: una escuela de Física y un instituto de
investigaciones sociológicas ubicados en los Andes patagónicos, una
hermosa zona de turismo aislada del resto del país, pero adonde los
profesores extranjeros iban encantados durante sus vacaciones de verano
porque podían combinar ciencia con esquí.

Lo que obtuvimos, pues, fue una alienación, un extrañamiento de todos esos
jóvenes que habíamos preparado con tanto cuidado, luchando durante años
para conseguirles fondos, para crear el Consejo de Investigaciones
Científicas y Técnicas que dio y da becas, subsidios, complementos de
sueldo con un criterio aún más cientificista que el nuestro. Toda esa
gente, aun quedándose en el país, cortaba sus lazos con él y se vinculaba
cada vez más al extranjero. Algunos terminaban yéndose al Hemisferio Norte
definitivamente, pero ese no era el problema más grave. Más problema eran
los que se quedaban pero se ocupaban sólo de temas que interesaban a los
Estados Unidos o a Europa. Cuestiones de ciencia aplicada que interesaran
al país no se investigaban. Problemas de ciencia pura que pudieran tener
alguna ramificación beneficiosa para el país, no se veían. Que pudieran
ser un aporte significativo para la ciencia universal, no aparecieron.

En cambio teníamos una especie de colonización científica; todos nuestros
criterios, nuestras medidas de prestigio, los valores e ideales de
nuestros muchachos más inteligentes, estaban dados por patrones
exteriores, aceptados sin análisis, por puro seguidismo e imitación.

Sobre inesperados apoyos

Sin embargo, había algunos síntomas significativos. Empezamos a obtener
apoyos inesperados e indeseados. Al comienzo, en el año 55, éramos todos
considerados comunistas por la embajada norteamericana, pero esa actitud
fue cambiando y nos encontramos recibiendo apoyo de las fundaciones -Ford,
Rockefeller, Carnegie, todas- la National Academy of Science, el National
Institute for Health; hasta recibimos un subsidio de la Fuerza Aérea
norteamericana para hacer un estudio meteorológico. A algunos de nosotros
esto nos obligó a pensar qué era lo que estaba sucediendo, por qué tanto
interés, tanta amistad con nosotros de golpe. Y llegamos a la conclusión
de que estábamos haciendo un buen negocio para ellos: que nuestra
producción científica era tan parecida a la de ellos que les convenía
apoyarnos.

Cuando nuestros radioquímicos completaron una serie de tablas con
propiedades de los radioisótopos, no hicieron una obra científica
original -no formularon ninguna idea nueva- pero hicieron un trabajo de
rutina delicada, muy útil para la ciencia del Norte y recibieron por ello
muchas palmadas de agradecimiento. Como ese hay otros muchos ejemplos,
pero tal vez el máximo beneficio que el Hemisferio Norte saca de este
apoyo al cientificismo es que nos hace depender culturalmente de ellos. Si
los universitarios, la gente de la cual salen los cuadros dirigentes del
país, se acostumbran a aceptar el liderazgo científico, y por lo tanto
tecnológico del Norte, les será mucho más difícil rebelarse contra la
dependencia económica y política. De ahí el interés de muchas entidades
del Norte en apoyar nuestros esfuerzos en pro de la modernización de la
enseñanza, y en contra de los profesores fósiles y los métodos anticuados.

Sobre la educación y la independencia cultural

(...) Si un país es algo diferente de los demás es porque tiene una
cultura propia, es decir hábitos de vivir, de pensar, de trabajar,
tradiciones y valores propios. Esa cultura se forma en gran parte a través
de la educación, y por eso la educación es lo último que puede entregarse
a otro país, cualquiera que sea. Si en nuestra vida cotidiana, en nuestra
ciencia y nuestro arte imitamos a los EEUU, es inútil que tengamos un
ejército propio y elecciones presidenciales: seremos igual una colonia, y
con menos probabilidades de liberarnos que hace 150 años, porque estaremos
satisfechos con nuestra manera de vivir. El colonialismo cultural es como
un lavado de cerebro: más limpio y más eficaz que la violencia física.

Si un país sudamericano quiere ser realmente libre, y no un estado libre
asociado, tiene que tener su propia política educativa, dirigida mal o
bien por sus ciudadanos. Si son inteligentes tendrán grandes éxitos y
serán admirados por el resto del mundo; si no, serán al menos lo que ellos
han querido ser.

En resumen, la independencia cultural debe ser nuestro objetivo
permanente, en todos los campos de la cultura, desde las series de TV
hasta la ciencia pura.

Independencia cultural significa dos cosas: obligación de crear, y derecho
a elegir. De lo que se hace en el Norte vamos a elegir lo que nos parezca
conveniente; vamos a tomarnos esa gran responsabilidad. Y vamos a tratar
de crear lo que falta.

Sobre la verdad, la universalidad y la importancia en la ciencia

Se nos dice que la ciencia debe interesarnos, porque la ciencia está
formada por verdades, y lo que es verdad en Nueva York también es verdad
en Caracas. Esto hay que aclararlo.

Lo que ocurre es que la verdad no es la única dimensión que cuenta: hay
verdades que son triviales, hay verdades que son tontas, hay verdades que
no interesan a nadie. 'Una frase significa algo sí y sólo sí puede ser
declarada verdadera o falsa', afirma una escuela filosófica muy en boga
entre los científicos norteamericanos. Yo no creo eso: hay otra dimensión
del significado que no puede ignorarse la importancia. Es cierto que un
teorema demostrado en cualquier parte del mundo es válido en todas las
demás, pero a lo mejor a nadie le importa. Eso me ha pasado a mí con
muchos teoremas que yo he demostrado. Son verdaderos pero creo que el
tiempo que gasté en demostrarlos lo pude haber aprovechado mejor. No
significan nada.

Para eso hay una respuesta habitual: 'no se sabe nunca; tal vez dentro de
diez años ese teorema va a ser la piedra fundamental de una teoría más
importante que la relatividad o la evolución'. Bueno, sí, como posibilidad
lógica no se puede descartar, pero ¿cuál es su probabilidad? Porque si es
muy cercana a cero no vale la pena molestarse. Además, seamos realistas:
si un teorema que yo descubro hoy y que nadie lee ni le importa, dentro de
diez años resulta importante, es seguro que el científico que lo necesite
para su teoría lo va a redescubrir por su cuenta, y recién mucho después
algún historiador de la ciencia dirá 'ya diez años antes un señor allá en
Sudamérica había demostrado ese mismo teorema'. No tiene mucha importancia
eso para la ciencia universal. Ese valor potencial que tiene cualquier
descubrimiento científico es el que tendría un ladrillo arrojado en
cualquier lugar del país, si a alguno se le ocurriera construir allí una
casa, por casualidad. Es posible, pero no se puede organizar una sociedad,
ni la ciencia de un país con ese tipo de criterio. Hay que planificar las
cosas. No todas las investigaciones tienen la misma prioridad; ellas no
pueden elegirse al azar ni por criterios ajenos.

Sobre la originalidad en ciencia

Elegir en vez de aceptar no es fácil. Crear, mucho menos. La Ciencia
parece a primera vista un cuerpo tan completo y perfecto que uno se
descorazona fácilmente ante la tarea de innovar. Sin embargo, todos están
de acuerdo en que dentro de un siglo la ciencia habrá descubierto campos,
teorías y métodos totalmente nuevos. Eso significa que la ciencia de hoy
no está cubriendo todos los campos posibles. Hay un horizonte inmenso de
nuevas posibilidades.

(...) El deseo de crear, de ser originales, tropieza con dificultades cada
vez mayores a medida que se trata de una ciencia más básica.

Pero la originalidad no puede ser el único criterio. Eso corresponde a la
ideología de que la ciencia es un juego y que el científico puede elegir
el tema que le divierta más, porque su recompensa es el placer que
experimenta al dedicarse a ese juego. Esa ideología se lava las manos de
los problemas sociales y por eso debemos rechazarla.

Intentemos por lo menos una respuesta tentativa a este problema de hacer
ciencia autónoma pero con un contenido social.

Yo creo que lo que tiene que hacer un país subdesarrollado es integrar la
actividad científica alrededor de algunos grandes problemas del país. Y la
Facultad de Ciencias tiene que orientar su enseñanza para que eso sea
posible. Afirmo que con ese método de trabajo se conseguirá que la
Universidad contribuya mejor al desarrollo del país y que no se haga
seguidismo científico.

Sobre la 'ciencia del Norte'

Les recuerdo además una característica propia de la ciencia del norte, y
es que allí es muy raro el trabajo en equipo, justamente porque la
filosofía de la vida en Estados Unidos requiere una alta competitividad
individual. Cada científico tiene que firmar él su paper, porque si no ha
publicado tantos por año pierde su contrato en la Universidad a favor de
otro que publicó más. Hay una resistencia muy grande a hacer un trabajo en
el que haya cierta dosis de, digamos, generosidad colectiva con respecto a
las ideas y a los papers. Es muy difícil plantear allá un trabajo grande,
cuyos resultados pueden tardar 3, 4 ó más años en aparecer, y cuando
aparezcan estarán firmados por muchas personas. Eso no sirve para hacer
carrera científica en Estados Unidos, y no se hace salvo cuando no hay más
remedio: cuando hay guerra, en las industrias de defensa, en la industria
espacial. Allí sí; cuando hay que hacer la bomba atómica se reúnen todos
los cráneos necesarios y se hace. Pero no es lo usual; ellos no están
preparados ideológicamente para trabajar en equipo. Yo no sé si nosotros
lo estamos, pero es un camino promisorio y deberíamos probarlo.

Sobre el tema científico que mayor importancia debiera tener

Es el estudio de la estrategia de desarrollo que más conviene al país.
Partiendo de la situación actual objetiva, y de ciertas metas generales
como eliminar la pobreza, la dependencia económica y cultural, etc., se
debe investigar cómo efectuar ese cambio, pero analizando todos sus
aspectos: con qué recursos naturales y humanos se cuenta, qué fuerzas
internas o externas se oponen al cambio, qué instituciones se necesitan,
qué fábricas son indispensables, cómo pueden continuar funcionando si hay
un bloqueo comercial, etc., etc. Este es un problema que parece pertenecer
a las ciencias sociales, pero si se plantea en todo su real tamaño
requiere la colaboración esencial de las ciencias básicas, desde la
discusión de los recursos naturales y los procesos tecnológicos de
producción hasta los métodos matemáticos y estadísticos de analizar la
enorme cantidad de factores que intervienen en el proceso simultáneamente.

E insisto en que aunque estos grandes proyectos parecen ser ciencia
aplicada, en la realidad darán origen a muchos problemas de ciencia pura,
y de manera funcional: no problemas teóricos cualesquiera, sino sugeridos
por la necesidad de contestar a las preguntas planteadas en el proyecto y
que la ciencia actual no alcanza a responder.

La famosa ciencia universal puede ganar mucho más de unas pocas ideas
frescas, motivadas por problemas reales nuestros, que de nuestra
incorporación pasiva a la gran competencia atlético-científica del
Hemisferio Norte.


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