[Todos decanato] {Spam?} EL CAUDILLISMO POLITICO Y LA CULTURA DE LA DADIVA

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Sun Sep 21 22:19:15 ART 2003



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El caudillismo político y la cultura de la dádiva (*)

 

  José Ignacio García Hamilton

 

  

Al escribir el Facundo, Sarmiento afirmó que, debido a la herencia de la colonización 
y a la abundancia de ganados cimarrones, los habitantes del campo argentino 
no tenían cultura del trabajo y rechazaban los goces de la civilización: las 
escuelas, el comercio, las artes, las leyes, la justicia, los modales y las 
comodidades de la ciudad. Los caudillos establecían con los gauchos de la montonera 
una relación clientelística en la que el aporte militar se retribuía con el 
derecho al salteamiento. Y Rosas, para mantener tranquilos a los indios de 
la frontera sur de Buenos Aires, les regalaba bolsones con aguardiente, tabaco, 
yerba y algunos víveres. Alberdi, en Las Bases, coincidió en que imperaba el 
ocio y, al igual que el cuyano, postuló que la inmigración europea y la educación 
(que el tucumano prefería práctica, para formar artesanos y técnicos) eran 
los medios para crear los hábitos laborales que conducían al progreso. Por 
eso la Constitución Nacional de 1853 introdujo profundos cambios institucionales: 
la división de poderes y la prohibición de reelegir al presidente reemplazó 
al absolutismo político; la libertad de cultos, a la religión única; el principio 
de juridicidad, al incumplimiento de las leyes; la iniciativa individual y 
la defensa de la propiedad privada, al estatismo económico, y la igualdad, 
a los privilegios estamentales. 

 

El Estado promovió una infraestructura de puertos, ferrocarriles, telégrafos 
y educación pública, y en 1913 se había producido un crecimiento impresionante: 
de 800.000 habitantes pasamos a 8.000.000; de una alfabetización de 10%, a 
80%; de no exportar trigo, a ser los principales exportadores del mundo; de 
un PBI per cápita insignificante, a un índice superior al de Francia; de salarios 
de subsistencia, a un nivel de ingresos similar al de los Estados Unidos. 

 

En 1908, sin embargo, se decidió iniciar una campaña de educación patriótica 
para homogeneizar a los hijos de inmigrantes, la que al cabo de décadas terminó 
por reemplazar el modelo de paz y de trabajo postulado por Alberdi, por nuevos 
paradigmas: el militar que muere pobre (San Martín y Belgrano, aunque el segundo 
fue abogado y el primero murió rico); el gaucho pobre que se hizo violento 
(el Martín Fierro, a pesar de que José Hernández había creado al personaje 
para mostrar cómo la leva forzosa había convertido a un ser laborioso en desertor 
y asesino), y el mito de la “víctima” que convierte al fracaso en virtud, a 
la mendicidad en un derecho, a la violencia en un recurso contra el sistema 
y promueve la inacción, ya que son presuntamente los terceros (los ingleses, 
luego los norteamericanos y ahora el FMI) los culpables de nuestros males y, 
por lo tanto, quienes deben solucionarlos.

 

Posteriormente se santificó una nueva figura: la “dama buena que regala lo 
ajeno”. Eva Perón alimentó las arcas de su fundación con el aporte de dos salarios 
anuales de los obreros y, desde entonces, se generalizó la práctica de gobernar 
mediante la dádiva, que corrompe al que la da y degrada a quien la recibe.

 

Desde la segunda década del siglo XX la declinación no se detuvo: los golpes 
de Estado, el deterioro de la educación pública, el populismo y la demagogia 
expresados en el despilfarro estatal, nos hicieron retroceder hacia a la violencia 
(tuvimos guerrilla política, terrorismo de Estado con desaparecidos, una guerra 
por las Malvinas y, hoy, inseguridad cotidiana) y la pobreza. El país que en 
1946 no tenía deuda externa (Inglaterra y los demás países europeos nos debían) 
hoy tiene la mayor deuda por habitante del mundo en desarrollo y los indigentes 
pueblan nuestras calles. Acaso el clientelismo que ha retornado bajo el eufemismo 
de “gastos sociales”, que está destruyendo la cultura del trabajo, explique 
parcialmente la vitalidad de un partido que parece tornarse en hegemónico. 
Si no, cuesta explicar que el sonoro lenguaje de las cacerolas que pedían “que 
se vayan todos” se haya trocado, en la intimidad del cuarto oscuro, en la resignada 
decisión de “que todos se queden”.

 

 

(*)  Publicado en Infobae. 

 

 

Este mensaje se envía en concordancia con la nueva legislación sobre correo 
electrónico: Por sección 301, párrafo (a) (2) (c) de S. 1618 bajo el decreto 
s. 1618 título 3° aprobado por el 105 congreso base de las normativas internacionales 
sobre SPAM, este e-mail no podrá ser considerado SPAM mientras incluya una 
forma de ser removido. Si usted no desea recibir este u otros mails envíe un 
mensaje a atlas at atlas.org.arcon el mensaje "REMOVER" en el Asunto.
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El caudillismo político y la cultura de la dádiva (*)
 
 
 
José Ignacio García Hamilton
 
 
 
Al escribir el Facundo, Sarmiento afirmó que, debido a la herencia de la colonización y a la abundancia de ganados cimarrones, los habitantes del campo argentino no tenían cultura del trabajo y rechazaban los goces de la civilización: las escuelas, el comercio, las artes, las leyes, la justicia, los modales y las comodidades de la ciudad. Los caudillos establecían con los gauchos de la montonera una relación clientelística en la que el aporte militar se retribuía con el derecho al salteamiento. Y Rosas, para mantener tranquilos a los indios de la frontera sur de Buenos Aires, les regalaba bolsones con aguardiente, tabaco, yerba y algunos víveres. Alberdi, en Las Bases, coincidió en que imperaba el ocio y, al igual que el cuyano, postuló que la inmigración europea y la educación (que el tucumano prefería práctica, para formar artesanos y técnicos) eran los medios para crear los hábitos laborales que conducían al progreso. Por eso la Constitución Nacional de 1853 introdujo profundos cambios institucionales: la división de poderes y la prohibición de reelegir al presidente reemplazó al absolutismo político; la libertad de cultos, a la religión única; el principio de juridicidad, al incumplimiento de las leyes; la iniciativa individual y la defensa de la propiedad privada, al estatismo económico, y la igualdad, a los privilegios estamentales.
 
El Estado promovió una infraestructura de puertos, ferrocarriles, telégrafos y educación pública, y en 1913 se había producido un crecimiento impresionante: de 800.000 habitantes pasamos a 8.000.000; de una alfabetización de 10%, a 80%; de no exportar trigo, a ser los principales exportadores del mundo; de un PBI per cápita insignificante, a un índice superior al de Francia; de salarios de subsistencia, a un nivel de ingresos similar al de los Estados Unidos.
 
En 1908, sin embargo, se decidió iniciar una campaña de educación patriótica para homogeneizar a los hijos de inmigrantes, la que al cabo de décadas terminó por reemplazar el modelo de paz y de trabajo postulado por Alberdi, por nuevos paradigmas: el militar que muere pobre (San Martín y Belgrano, aunque el segundo fue abogado y el primero murió rico); el gaucho pobre que se hizo violento (el Martín Fierro, a pesar de que José Hernández había creado al personaje para mostrar cómo la leva forzosa había convertido a un ser laborioso en desertor y asesino), y el mito de la “víctima” que convierte al fracaso en virtud, a la mendicidad en un derecho, a la violencia en un recurso contra el sistema y promueve la inacción, ya que son presuntamente los terceros (los ingleses, luego los norteamericanos y ahora el FMI) los culpables de nuestros males y, por lo tanto, quienes deben solucionarlos.
 
Posteriormente se santificó una nueva figura: la “dama buena que regala lo ajeno”. Eva Perón alimentó las arcas de su fundación con el aporte de dos salarios anuales de los obreros y, desde entonces, se generalizó la práctica de gobernar mediante la dádiva, que corrompe al que la da y degrada a quien la recibe.
 
Desde la segunda década del siglo XX la declinación no se detuvo: los golpes de Estado, el deterioro de la educación pública, el populismo y la demagogia expresados en el despilfarro estatal, nos hicieron retroceder hacia a la violencia (tuvimos guerrilla política, terrorismo de Estado con desaparecidos, una guerra por las Malvinas y, hoy, inseguridad cotidiana) y la pobreza. El país que en 1946 no tenía deuda externa (Inglaterra y los demás países europeos nos debían) hoy tiene la mayor deuda por habitante del mundo en desarrollo y los indigentes pueblan nuestras calles. Acaso el clientelismo que ha retornado bajo el eufemismo de “gastos sociales”, que está destruyendo la cultura del trabajo, explique parcialmente la vitalidad de un partido que parece tornarse en hegemónico. Si no, cuesta explicar que el sonoro lenguaje de las cacerolas que pedían “que se vayan todos” se haya trocado, en la intimidad del cuarto oscuro, en la resignada decisión de “que todos se queden”.
 
 
(*)
 
Publicado en Infobae.
 
 
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