[Todos decanato] "CUANDO LA GLOBALIZACION NOS BENEFICIO", por Alejandro Gomez

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Mon Sep 15 01:04:39 ART 2003



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En vísperas de la reunión de Cancún

 

CUANDO LA GLOBALIZACIÓN NOS BENEFICIÓ

 

 

 

Por Alejandro GómezHistoriador

 

 

Es muy común escuchar en estos días a políticos, filósofos, intelectuales, 
empresarios y periodistas, culpar a la globalización de todos los males socio-económicos 
que aquejan a nuestra sociedad. Como si esta entelequia  fuera la causa de 
nuestro atraso y de nuestros problemas institucionales y educativos.  Es interesante 
leer en distintas publicaciones el análisis que se hace del tema,   como si 
el mismo fuera una novedad exclusiva de finales del siglo veinte y comienzos 
del veintiuno. La globalización reencarna para estos analistas a “la plaga 
del nuevo milenio”. Los cambios introducidos por la revolución tecnológica  
dejan fuera de competencia a “ejércitos de proletarios” sin posibilidad alguna 
de insertarse en el nuevo  mercado laboral. Como hace un siglo,  con  las  
visiones apocalípticas que se esbozaban  ante la expansión de la revolución 
industrial, la culpa en el descenso de la calidad de vida de los ciudadanos 
es del  avance de la tecnología. 

 

Estamos  ante un nuevo paradigma tecnológico, que afecta notablemente el desarrollo 
de la economía mundial. La velocidad de las comunicaciones ha cambiado radicalmente 
las relaciones humanas en todos los  niveles. El conocimiento y la información 
se hacen accesibles mucho más rápido y, más importante aún, a un costo mucho 
menor. Obviamente, estos cambios tan radicales son difíciles de asimilar y 
muchas veces hay sectores que se ven desplazados por nuevos actores que vienen 
a ocupar los  espacios productivos. ¿Se puede decir realmente que la globalización 
es un fenómeno exclusivo de nuestro tiempo? ¿Es cierto que la Argentina está 
condenada al atraso por esta  nueva realidad económica? Para contestar estas 
preguntas me remontaré a finales del siglo diecinueve, cuando la globalización 
nos benefició.

 

Hacia mediados de la segunda mitad del siglo diecinueve, la economía mundial 
estaba mucho más desarrollada e interconectada de lo que generalmente se cree. 
Desde 1870 en adelante se produce una gran movilidad de factores que no tendrían 
nada que envidiar a la “globalización moderna”. El flujo de personas,  capital,  
tecnología y  comercio, experimentaron en este período un crecimiento y una 
apertura nunca antes vista. Por ejemplo, hasta 1914, no era necesario poseer 
pasaporte para viajar. La gente podía desplazarse libremente de un país a otro, 
lo que facilitó la gran corriente migratoria  desde Europa hacia América. En 
la actualidad, cualquiera de nosotros que deseara ir a otro país para trabajar, 
sabe de los trámites y requisitos que debería cumplir antes de lograr la autorización 
correspondiente, en realidad las fronteras cada vez se cierran más. En cuanto 
a la libertad comercial, las barreras aduaneras existentes entre 1860 y 1900, 
eran mucho más bajas que las que podríamos encontrar en el país más abierto 
al comercio de la actualidad. Es llamativo el hecho que para 1879, el 95% de 
las importaciones alemanas estaban libres de impuestos. Finalmente, no era 
menos importante el flujo de capital y tecnología que se produjo en este período. 
La mayoría de los países industrializados, invertían en países extranjeros 
comparativamente más hacia 1900 de lo que lo hacen en la actualidad. Naciones 
en desarrollo como Canadá, Australia y Estados Unidos recibían un  flujo de 
inversión externa mucho mayor del que reciben los países emergentes en la actualidad. 
Un análisis detallado de datos estadísticos sobre este período se pueden ver 
en “La Economía mundial 1820-1992” de Angus Maddison.    

 

Las condiciones económicas descriptas afectaron de manera muy especial a la 
Argentina, un país que salía de décadas de luchas internas y externas que habían 
demorado el crecimiento económico indefinidamente. Por fin, el país se podía 
organizar como una Nación moderna, con un Poder Ejecutivo que puede desempeñar 
sus funciones sin interferencias desde la ciudad de Buenos Aires (recientemente 
federalizada) y con la totalidad del territorio nacional bajo su control efectivo. 
Quedaba por delante la tarea más compleja en el plano económico: lograr el 
crecimiento tantas veces postergado.

 

¿Qué habrían pensado nuestros dirigentes ante el panorama que se les planteaba 
a nivel internacional? ¿Cómo haría la naciente Nación Argentina para incorporarse 
a un mercado altamente especializado y desarrollado como lo era el de la denominada  
segunda revolución industrial? Básicamente la respuesta fue otorgar seguridad 
jurídica a los inversores y a todos aquellos que quisieran venir a trabajar 
al suelo argentino, afirmando los principios de la Constitución Nacional. El 
país no tenía mucho que ofrecer salvo oportunidades. Desierto, falta de población, 
analfabetismo, infraestructura inadecuada, ausencia de ahorro interno, era 
el panorama en aquella época. ¿Podría alguien pensar que en semejante contexto 
un país tan atrasado podría insertarse en una economía mundial altamente competitiva? 
Posiblemente la respuesta fuera pesimista a simple vista. Pero no era este 
el espíritu que movió a los dirigentes de la llamada “generación del ochenta”. 
De modo que pusieron en marcha a la Nación dejando funcionar las fuerzas del 
mercado y la iniciativa privada en el aspecto económico, destinando las energías 
del Estado a sus funciones específicas, es decir, velar por el buen funcionamiento 
del marco jurídico, el desarrollo de infraestructura y la educación.

 

Al cabo de pocos años el país pasó a ser una Nación desarrollada. En todos 
los indicadores económicos que una mire la Argentina se destaca entre las naciones 
más avanzadas de ese período. La población crece a un ritmo vertiginoso gracias 
a la inmigración. A comienzos del siglo veinte, Argentina tenía mayor proporción 
de extranjeros entre su población que Estados Unidos, la población pasa 1,8 
millones en 1869 a 7,8 millones en 1914;  la tasa de analfabetismo cae a niveles 
impensados años antes gracias a la aplicación de la ley 1420; el desierto se 
convierte en campos sembrados con la implementación del sistema de colonias 
agrícolas en la llamada “Pampa Gringa”, el área sembrada crece el 3.350% entre 
1880 y 1914, la producción de trigo y maíz que en 1891 llegaba 995.000 toneladas, 
en 1921 supera las 9.500.000 toneladas; el ferrocarril se extiende a lo largo 
del país conectando zonas que antes no tenía acceso al puerto de Buenos Aires, 
y que por ende no podían insertarse en el mercado internacional, el tendido 
de vías pasa de 2.400 km. en 1880 a 33.000 km. 1915, pasando la carga transportada 
en el mismo período de 800.000 a 35.700.000 toneladas; el PBI per cápita (en 
U$S de 1970) pasa de 334 en 1875 a 1.151 en 1913, lo que si es comparado con 
el de Canadá para el mismo lapso vemos que pasa de 631 a 1466 (dólares de 1970).

 

Este crecimiento espectacular se produce dentro del marco de una expansión 
creciente de los mercados internacionales. El abaratamiento del costo del transporte 
terrestre y marítimo, la difusión de las telecomunicaciones, la aplicación 
de nuevas técnicas de producción y la aparición de nuevos mercados, hicieron 
que el mundo se “globalizara”. Es  bajo este contexto  que se dan cambios fabulosos 
en la economía argentina, los que permitieron  que el país se situara dentro 
de las diez naciones más desarrolladas del mundo hacia el año 1910.

 

Como se puede apreciar la globalización no es un fenómeno nuevo en la historia 
económica mundial (de alguna manera, a medida que nos alejamos en el tiempo 
podremos encontrar otros casos similares, ya que los países casi siempre se 
relacionaron por medio del comercio o por las guerras), el grado de apertura 
económico que existía a comienzos del siglo veinte era mucho mayor que el que 
existe hoy. Tampoco es novedosos este fenómeno para Argentina, ya que el período 
de mayor crecimiento y expansión de nuestra economía coincide precisamente 
con esta etapa. 

 

El actual presidente, entre tantas otras cosas, ha puesto de moda la siguiente 
frase a la hora de contestar a la pregunta de cómo saldremos de esta situación, 
diciendo: “no hay soluciones mágicas”  Y estoy de acuerdo con él (quizás debe 
ser  lo único en lo que acuerdo con el Señor Presidente) Es cierto que no hay 
soluciones mágicas, porque aplicar los principios doctrinarios de la Constitución 
Nacional no es magia. Porque el pensamiento alberdiano reflejado en la misma 
no es mágico tampoco. Lo que necesitamos es respeto por la Constitución y sus 
principios de respeto a la libertad y a los derechos de propiedad. Esos principios 
son los que se aplicaron a fines del siglo XIX y comienzos del XX  cuando la 
globalización nos benefició.

 

 

 

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