[Todos] Sanguinetti: "La educación argentina no podría estar peor"

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Sat Oct 11 10:11:49 ART 2003


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Los intelectuales y el país de hoy 
Sanguinetti: "La educación argentina no podría estar peor"	

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El rector del Buenos Aires abre polémicas
	



Los chicos salen de la escuela primaria y no saben leer de corrido.
Egresan del secundario sin entender lo que leen y son aprobados de todos
modos. Elogiados en el discurso oficial, maestros y profesores son
subestimados en la realidad, y los alumnos se quedan no con el mensaje
de las palabras sino con el de los hechos. 

El esfuerzo de estudiar está desprestigiado. Se ven con malos ojos tanto
los premios como los castigos. Los niños se transforman en jóvenes, en
adultos, llegan a ser dirigentes y aplican en su vida las pautas que han
ido incorporando. La decadencia educativa dura ya demasiado, y
revertirla requeriría un impulso y un tesón que todavía no aparecen. Así
analiza la situación el rector Horacio Sanguinetti desde su despacho del
primer piso del Colegio Nacional de Buenos Aires, mientras se asoma al
balcón para ver cuántos son los manifestantes -¿piqueteros,
gremialistas?- que pasan lentamente por la calle Balcarce. Son pocos,
pero hacen mucho ruido: bombas de estruendo, percusiones de toda índole,
nada en el sentido de favorecer la concentración de los que estudian.
"Por suerte, los del turno tarde ya entraron", dice. 

El Buenos Aires -"El Colegio-", como lo llaman con exclusión del resto
sus orgullosos ex alumnos, es una de las últimas islas educacionales de
excelencia. No alcanza, por supuesto. "No anda el presupuesto, no anda
la formación docente, no anda el sistema educativo, no anda la
especialización. No anda nada", desglosa Sanguinetti, convencido de que
las cosas difícilmente puedan alcanzar un grado aún más alarmante.
¿Algún resquicio para el optimismo? En todo caso, cierta convicción
sobre las misteriosas reservas culturales del pueblo argentino, y una
carta de crédito con límite de gastos para el nuevo gobierno.
Sanguinetti, abogado y antes que eso alumno sobresaliente del Colegio en
el que transcurre su vida, es autor de libros de historia ("La Reforma
universitaria", "Los socialistas independientes") y de derecho, pero su
gama de intereses es múltiple. Le interesan la mitología griega, la
ornitología, la fauna en general y, sobre todo, la ópera, género en el
cual es una autoridad reconocida. Durante su paso por la Secretaría de
Educación porteña, cuando el jefe de gobierno era De la Rúa, comprobó lo
enmarañada que puede resultar la burocracia. 

-Usted es el rector que más años ha estado al frente del Nacional de
Buenos Aires. 

-Sí, en toda la historia, desde el siglo XVII. Hubo algunos que duraron
veinte días. Yo voy durando veinte años, desde diciembre del 83. El Día
de los Inocentes. Fue una inocentada que duró mucho tiempo. 

-Parece el señor que defiende la última fortaleza, mientras alrededor
caen todas las otras. ¿Cree que la educación secundaria está así de
degradada? 

-Sí. Hay, desde luego, algunos colegios públicos y privados importantes,
pero el Buenos Aires es un colegio que da buenos resultados. Si lo
juzgamos por los frutos, los bachilleres que sacamos son de primera. 

-¿Nota diferencias entre las generaciones que ingresan ahora y las de
hace veinte años? 

-Hemos notado un bajón por la preparación en la escuela primaria. Por
eso tratamos de nivelar a los que llegan con nuestro curso de ingreso, y
de habituarlos al estudio, porque están totalmente fuera de forma. No
saben estudiar. No saben leer, no saben entender. Es terrible: el
instrumento elemental del lenguaje, de la lectura, evidentemente está
ausente. 

-¿A qué adjudica esa dificultad para entender un texto? 

-Yo creo que hay una cultura, o acultura, audiovisual, inmediata, de lo
vertiginoso, de los jueguitos, las maquinitas. No reniego de todo eso,
pero no puede ir en detrimento del razonamiento, de la lectura y de
muchas cosas que no son de ninguna manera vetusteces, sino valores
permanentes. 

-¿Diría que esa acultura audiovisual tomó el lugar de la escuela? 

-Es una competencia ruinosa, injusta. El chico va a la escuela cuatro
horas y después se pasa otras cuatro mirando televisión o jugando con la
computadora, con la complicidad de la familia. En general, la familia
deserta. Los dos padres tienen que salir a trabajar, el chico está solo,
mirando la televisión... 

-También pesa la crisis económica general, pero ¿cree que las nuevas
teorías pedagógicas incidieron también en estos resultados tan pobres? 

-Creo que son terribles. La nueva forma de enseñar a leer es totalmente
desarticulada: el chico no aprende ortografía, que es una forma de
ordenamiento mental. Y están las teorías, o seudoteorías, que reniegan
del maestro. Es decir: sólo es posible el aprendizaje, la enseñanza no
es posible. 

-¿Es verdad que se llega al punto de no corregir las faltas de
ortografía para no inhibir al alumno? 

-Así es; todo el proceso apunta a que el chico no tenga ni premios ni
sanciones. No hay más amonestaciones. Todo es diálogo, tratar de
explicar... El ser humano no funciona así. Funciona, sí, con el diálogo,
la convicción, el libre saber dónde está el bien y dónde está el mal,
pero, además, cualquier sistema multitudinario, como es la educación
formal en las escuelas, tiene que tener un reaseguro en las sanciones.
Si no, suprimamos el Código Penal, levantemos los semáforos y toda forma
de coerción, porque es eso, justamente una coerción, lo que se intenta
ejercer con toda norma. 

-¿Cree que sin sanciones se pierde la noción de justicia? 

-Por supuesto. Pero peor todavía: está muy mal visto premiar, porque el
que no es premiado se deprime. Esa es la teoría loquísima en boga.
Cuando yo era secretario de Educación encontré que una empresa había
hecho una oferta para unos premios de pintura hermosísimos. Daban tres
distinciones a los mejor calificados en esa actividad, en cada escuela
de la ciudad. Frenaron el proyecto en niveles medios por esa razón: no
hay que premiar a nadie. Somos todos idiotas, todos iguales, no hay
diferencias. 

-¿Lo ve como un fenómeno mundial? 

-Parecería que ya en el mundo se está volviendo atrás, pero nosotros,
como siempre, vamos en cámara lenta. Hemos hecho nuestra legislación
adrede para que todo esto ande cada vez peor. 

-Se refiere a la ley federal de educación... 

-Sí, a la ley federal. Ha cumplido diez años y vemos los resultados. La
senadora Kirchner lo dijo tres o cuatro días antes de que asumiera su
marido: hay que volver a la ley 1420, hay que volver a estudiar,
llevarse deberes a la casa, el enciclopedismo, pasar al frente... Todo
eso lo hemos liquidado y no lo hemos reemplazado con nada. La escuela no
es más un recinto para ir a estudiar. Es un recinto de contención, donde
el chico tiene que estar encerrado para que no esté delinquiendo afuera.
El maestro, que no ha sido formado para eso, tiene que darle de comer.
La escuela lo hace, generosamente, como emergencia, pero no puede ser
que eso se consolide cada vez más y pase a ser la principal tarea. Es
absurdo. 

-¿Cuál fue el punto de inflexión desde el que se comenzó a caer? 

-Creo que en los años del primer peronismo algunas cosas se hicieron de
modo muy autoritario, muy cerrado. Los libros de lectura se
transformaron en elementos de propaganda franca. Después hubo mucho ir y
venir. A veces se pasó de un extremo al contrario, a la represión
escolar. Acá, en el Colegio, durante los años del proceso se sancionaba
por cualquier cosa: diez amonestaciones por tener corrida la vincha. Eso
provocó después una reacción muy difícil de controlar. Siempre hay que
tratar de ubicar el medio. 

-El Colegio Nacional de Buenos Aires lo pudo controlar, pero en otros la
reacción fue desbordante. 

-Sí, porque acá la autonomía universitaria nos preservó. En los demás,
todo se convirtió en pastiche. Fíjese lo que fueron los cambios en la
evaluación de los alumnos: aprobó, no aprobó, alcanzó o no alcanzó los
objetivos. Con el sistema de cero a diez todo el mundo entendía: el
padre y el hijo. "Diez puntos" es una expresión usual. En cambio,
"alcanzó, no alcanzó" es menos claro. Una profesora había calificado
así: "Alcanzó los objetivos y medio". Eso fue un retroceso. El quitar
las amonestaciones fue un retroceso del que es difícil recuperarse. La
idea de los consejos de convivencia, en los cuales el Colegio es
pionero, tiene sus complicaciones. Implica la intromisión de los padres.
El padre es el primer educador, pero no puede tener poder dentro del
colegio. Ahora, maestros, profesores y directores no tienen posibilidad
de acción concreta. 

-Cuando ya son tantos los años de decadencia, el alumno tuvo tiempo de
transformarse en maestro, en dirigente y aun en ministro o presidente.
¿Está allí el secreto de la decadencia argentina? 

-Por supuesto. Además, la ley federal y todo el sistema que la acompañó
ha liquidado las escuelas normales, las artísticas, las técnicas, que
fueron una gran creación de Frondizi. Perón creó la Tecnológica, la
universidad obrera, en ese momento, que era un acierto. Ahora eso se
reemplaza por un curso general seguido por los "trayectos técnicos
profesionales", que son un mamarracho. La "formación permanente" del
docente es una farsa. La capacitación permanente... No hay tal cosa. Se
hacen unos cursitos (que se cobran, hay un negocio allí por parte de
muchas entidades) que dan puntaje para los concursos docentes, con un
sistema perverso. Entonces, usted escribe un libro y eso le vale tantos
puntos como hacer un cursito sobre el uso de plastilina en la escuela. 

-Si tardamos tanto tiempo en caer, también recuperar el terreno perdido
llevará mucho tiempo. 

-El mismo tiempo, o más. Es realmente muy duro volver atrás en esto. 

-¿Qué piensa de los primeros pasos del Gobierno en materia educativa? Se
habló de asegurar un mínimo de 180 días de clase, por ejemplo. 

-Yo al Gobierno que recién empieza le doy crédito. Estamos a la
expectativa. Quisiera ver pronto cosas concretas. Algunas se hicieron
bien: se arregló el tema de Entre Ríos, más o menos no hay esos
problemas de grandes desfases en materia de salarios docentes, que
llevaban a paros interminables. Asegurar un mínimo de días de clase me
parece muy importante. Vamos a ver cómo se logra, porque es muy difícil.
Yo he conversado con el ministro de Educación, también con el ministro
bonaerense. Los dos han ido varias veces a la Academia de Educación y
han reconocido los inconvenientes que les ha creado la ley federal, y
son cosas muy difíciles de revertir. Pero vamos a ver. En algunas otras
cosas que se están haciendo no estoy de acuerdo. Por ejemplo, que los
alumnos se puedan transferir demasiado libremente de una universidad a
otra. Eso hay que verlo muy bien, porque no es lo mismo ser abogado de
la Universidad de Buenos Aires que de una universidad de las menos
cotizadas. Entonces, no puede hacer casi toda la carrera en una de esas
universidades y recibirse con título de la UBA. 

-¿Confía en que este Gobierno haya identificado a la educación como
principal problema del país y en que actuará con la necesaria decisión
en consecuencia? 

-No lo sé. Para salir de la crisis moral y material en que estamos, no
hay mejor estrategia que la educación. Pero uno se pregunta si para
llevarnos al punto en que estamos no ha habido una intencionalidad. Yo
no creo demasiado en las teorías conspirativas, pero de otro modo no se
puede explicar que se hayan hecho las cosas tan mal. 

-Pero, ¿de dónde provendría esta intención de destruir nuestro sistema
educativo? ¿De grandes potencias que desconfiaban de nosotros por el
nivel que habíamos alcanzado? 

-Sí, y además de partidos que prefieren manejar a un pueblo ignorante.
Esa seducción es muy fuerte. Parecería que muchísimos gobernantes,
políticos y gente de poder no tiene ningún interés en la educación. 

-¿Cree que sólo el peronismo es responsable? 

-Yo diría que hay algunos más responsables que otros... 

-El retroceso argentino, ¿fue mayor que el de vecinos como Chile,
Uruguay y Brasil? 

-Tengo la impresión de que sí. El retroceso se manifiesta en los
contenidos que se estudian. Por ejemplo, ahora ya no se estudia más
historia. Es una materia que perdió autonomía. El profesor de historia
tiene que enseñar geografía, y viceversa. El de filosofía tiene que
enseñar educación ciudadana. Se tiene que poner a estudiar la
Constitución, de la cual no tiene la menor idea, y no le dan muchas
ganas. Sigue enseñando filosofía, firma y se va. ¿Se da cuenta? Es todo
una farsa descomunal. Pero, ¿cómo es eso posible? Parece hecho a
propósito. Después, es imposible aplazar a los chicos. En marzo, es
imposible. Si usted los aplaza tienen otra opción, dentro de los diez
días, pero tiene que estar presente el director del colegio, porque el
responsable del aplazo es siempre el profesor, nunca el chico. Y si lo
vuelven a reprobar tiene una tercera opción enseguida, presente ya el
supervisor. Entonces: si un director de una escuela, que a lo mejor es
profesor de historia, tiene que presidir una mesa de química, primero
mata al profesor de química. Le dice: "No seas estúpido, no mandes a ese
alumno a examen. Yo no pienso presidir esa mesa". Así es como después se
dice: "Hay más contención, hay menos alumnos que repiten...". 

-Es el mundo al revés: el examinador pasa a ser el examinado. 

-Sí, el profesor es el sospechoso. Realmente, no puede ser peor la
situación. No anda el presupuesto, no anda la formación del docente, no
anda el sistema educativo, no anda la especialización: no anda nada. Y
los estudiantes reciben desde chicos el mensaje subliminal de conductas
distorsionadas, de formas de corrupción, que no son válidas, pero son
socialmente aceptadas. El Gobierno tiene que tomar este problema muy en
serio. Desde hace muchos años, les insisto a los ministros, cada vez que
converso con ellos: el Ministerio debería tomar un colegio en cada
capital de provincia, y tener allí su propio plan piloto, y un modelo.
Si no, ¿qué hace el Ministerio de Educación? 

-¿Qué hace? 

-Y, hace... No, yo no sé qué hace. Forma el Consejo Federal de
Educación, que es un organismo totalmente inoperante, presidido por el
ministro de la Nación e integrado por los ministros de todas las
jurisdicciones. Yo lo integré cuando fui secretario de Educación de la
ciudad, y observé con asombro que allí no se tomaba constancia de lo que
se decía, no se levantaba ni una triste acta con el resumen de lo
hablado, no se registraba cómo votaba cada uno. Simplemente se
afianzaban las decisiones previamente adoptadas. Eso sí: nos atendían
maravillosamente, todos nos hicimos amigos, había buenos banquetes
cuando nos reuníamos, una vez por mes... Pero no se modificaba nada, y
ni siquiera existía la posibilidad de dejar asentada una protesta. 

-Nos asustamos cuando aparecemos muy abajo en los rankings
internacionales, pero los diarios dicen que Buenos Aires tiene una de
las mejores ofertas culturales del mundo. ¿Somos los más cultos o los
más brutos? 

-Se obra como por impulsos. Todo el mundo sabe que la cuestión educativa
no está bien. Y de pronto sale una de esas estadísticas que no
necesitamos para saber que estamos pésimo. Todo el mundo se rasga las
vestiduras, y después se olvida. Ahora, es cierto que Buenos Aires en
particular, y también el resto del país, tiene una reserva cultural y
una reserva de materia gris asombrosas. Yo no sé cómo. 

-Será el fruto de una cruza feliz, como un vino de corte hecho con una
brillante combinación de varietales. 

-Un vino perfecto, ¿verdad? Así como tenemos más mujeres hermosas acá
que en cualquier otro país del mundo. Son cosas propias de nuestro país,
tan contradictorio, tan maravilloso y tan terrible. 

-Usted es un gran estudioso de la Reforma Universitaria. ¿Cree que
aquellos postulados siguen vigentes? 

-Creo que sí, porque en alguna medida siguen incumplidos. Hay algunos,
formales, que se han aceptado ya universalmente: el cogobierno, la
autonomía. Pero lo que tuvo la Reforma, que yo no veo hoy en la misma
intensidad, era un sentido moral apabullante. Mi padre, por ejemplo, era
un obseso en ese sentido moral. Estudiaban como locos, rechazaban el
facilismo. Hasta mi generación, los que militamos en la Reforma en la
gran universidad democrática y autónoma de los años 1955 a 1966, los
dirigentes estudiantiles, que yo lo era también, éramos los mejores
alumnos. De la Reforma yo rescato eso: la ética y el esfuerzo
intelectual. 

-Esa sed de ética parece estar retornando. ¿Lo advierte así? 

-Y, bueno, parecería que es una gran necesidad del país. Pero hay que
ver cómo se instrumenta. 

-Felipe González dijo que si el presidente Kirchner fracasara, no se
imagina cómo podría seguir el sistema democrático en la Argentina. 

-Siempre acá seguimos. A los tumbos. Uno dice: tocamos fondo... Nunca
tocamos fondo. Es un país insondable, la Argentina. 

-¿La universidad debe seguir siendo gratuita? 

-Hay cosas que la universidad debería corregir. No puede ser que haya
alumnos que se reciben con 70 aplazos o que demoran 40 años en
recibirse. Pero yo creo que la universidad debe ser gratuita. Admito el
arancelamiento voluntario, es decir, que las facultades tengan una
cooperadora, con la obligación moral de que quien pueda contribuir lo
haga. Me parece muy terrible que haya una obligación de pagar de la cual
uno puede exceptuarse si demuestra que es pobre. La ejecutoria de
pobreza que se exige es ofensiva. 

-¿El Estado no puede hacer nada para evitar que haya (sean dichas estas
cifras en sentido figurado) diez mil estudiantes de sociología o
ciencias de la educación y sólo cien de ingeniería? 

-Eso es grave. Además, hay unas carreras raras, muy nuevas, que no sé
qué aplicación podrán tener. El cupo es odioso, pero en todo caso cada
facultad debería establecerlo, no la universidad como una regla general.
Un sistema de becas también es indispensable. Claro que los argentinos
somos difíciles. Vaya a saber adónde pueden ir a parar las becas. 

-Todo se complica. 

-Es todo difícil porque el país está corrupto en todas las instancias.
Entonces pasan cosas inverosímiles: una facultad donde funcionaba un
servicio de lenocinio, una familia entera que vive en los sótanos de una
facultad. Cosas inverosímiles. Pero, claro, tenemos muy buena gente que
no es convocada muchas veces, como debería serlo, pero que está. 

-¿Teme por la hegemonía del peronismo? 

-El peronismo es más bien autoritario y hegemónico. A mí eso siempre me
preocupa. Es el punto que más me preocupa de este Gobierno. Vamos a ver.
También dependerá de lo que hagan los demás sectores sociales, si lo
aceptan y si lo acatan. 

-Pero, ¿hay una tendencia inicial a buscar la hegemonía? 

-Sí, sí, el peronismo ejerce el poder. El radicalismo, en cambio, es
como que pide perdón por ejercerlo. Es vergonzante. Siempre consultando,
siempre probando. Es un gran partido opositor. Me acuerdo de que lo dijo
Antonio Cafiero de una manera un poco brutal una vez. Pero en el
ejercicio del poder tiene esa carencia, motivada quizás en su excesivo
respeto por las formalidades. 

-El problema actual es que parece no haber un partido opositor. 

-No, pero hay sectores importantes que tienen que aglutinarse,
recomponerse. Yo creo que el radicalismo, que está caído, no tiene que
desaparecer. 

-¿Qué opinión tiene sobre el presidente Kirchner? ¿Lo conoce
personalmente? 

-No. Probablemente lo invitaremos a algún acto en el Colegio.
Generalmente se hace eso. Los presidentes, en general, han venido. Hasta
Perón vino una vez al Colegio. En una época venían siempre al acto de
colación de grados. Hasta la época de Illia. Después, Alfonsín vino
muchas veces. Menem, nunca. Lo invitamos al principio muchas veces. Una
vez estuvo a punto, pero venía de viaje y se retrasó. Con el curso de
los años, pensamos que ya no sería tan bien recibido por los alumnos, y
entonces dejamos de invitarlo: no está bien invitar a una persona para
después ofenderla... 

Por Hugo Caligaris 
De la Redacción de LA NACION 


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