[Lcefiec] AGD Informa: Universidad de Buenos Aires

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Tue, 25 Apr 2006 14:03:34 -0300


AGD Informa:

Publicamos a continuación una nota completa sobre la crisis en la UBA
enviada por Axel Kicillof, colega e integrante de AGD UBA. Esta nota en
versión parcial y podada salió hoy en Pagina 12.

Recordamos que a partir de hoy se ha iniciado el plebiscito por la
Democratización en la UBA, las urnas estarán en las distintas Facultades
y en nuestra Sede Central.

Universidad de Buenos Aires: ¿Qué hacer?

Las causas de la furiosa crisis política desatada en la UBA por la
elección de rector no se agotan en los oscuros antecedentes del
candidato que, por el momento, ha juntado una presunta mayoría de votos.
Tampoco, como sostienen algunos,en los supuestos "excesos" de una turba
estudiantil vista como descontrolada e, incluso, como "antidemocrática".
Ninguno de estos argumentos, ni mucho menos su combinación bajo la falaz
síntesis de "los dos demonios" sirven para explicar la crisis actual,
cuyas causas son, lamentablemente, más profundas y de más largo aliento.
Causas cuya envergadura supera, con mucho, el ámbito universitario.

La Universidad no fue ajena a los avatares que atravesó la sociedad
argentina durante los últimos treinta años de sistemática
desindustrialización productiva y de creciente pauperización del grueso
de los trabajadores; por el contrario, su actual semblante es un fiel
reflejo de ese proceso. Así como no es en modo alguno casual que la
añorada "edad de oro" de la universidad haya coincidido con una etapa de
fuerte crecimiento de la industria en el país, tampoco lo es que la
larga y agónica decadencia en que está actualmente sumida se produzca en
un marco de retroceso y estancamiento.

A mediados de la década del setenta, la trayectoria de crecimiento
económico se interrumpe y se abre una etapa de devastación social. En
los sesenta, la universidad se había distinguido por la producción de
científicos y profesionales, pero también por ser una usina de
pensamiento crítico. De su seno salió buena parte de los jóvenes que se
propusieron transformar a la Argentina de raíz. Pero luego las nuevas
condiciones económicas ya no requerían más ciencia para alimentarse.
Tampoco había lugar para las profesiones liberales: el médico con
consultorio propio, el contador, el abogado, el arquitecto
independiente, eran reemplazados por grandes empresas con empleados
asalariados y sueldos miserables. Y el pensamiento crítico se convertía
en el peor enemigo del sistema político que dirigía estas
transformaciones.

Sin embargo, las puertas de la Universidad no fueron cerradas
abruptamente. Las nuevas condiciones se fueron imponiendo de una forma
casi imperceptible, solapada, pero sistemática. En un marco de ajuste
fiscal permanente, la UBA fue sometida a la lenta tortura del ahogo por
estrangulamiento presupuestario. La aritmética es simple y perversa:
hoy, con casi 400.000 estudiantes, su presupuesto no pasa de los 350
millones, es decir, menos de 1000 pesos anuales por alumno. El 95% de
ese presupuesto se destina a pagar a los sueldos de sus 30.000 docentes,
lo que significa menos de 700 pesos mensuales por docente. La
investigación, por su parte, está directamente condenada a muerte. El
interrogante no es, entonces, por qué la UBA atraviesa serias
dificultades, sino, lisa y llanamente, cómo hace para seguir
funcionando. Con todo, esta explicación contribuye a la comprensión del
marco general de los acontecimientos, pero no aun de la particular
naturaleza de los actuales enfrentamientos.

La UBA sobrevivió a estos 30 años de ahogo, recientemente agravado por
la inflación posterior a la devaluación. Y sobrevivió de manera
darwiniana; adaptándose a su nuevo medio. Los recursos públicos no
llegaban, así que al principio tímidamente, y luego con salvajismo, la
Universidad salió a la caza (y a la pesca) de todo tipo de recurso,
proveniente de todas las fuentes imaginables. Y el irónico eufemismo no
se hizo esperar: a esta virtual privatización se la llamó
"modernización". Los negocios académicos o directamente privados se
colaron por cada pliegue, penetrando en cada poro del funcionamiento de
la universidad. Algunas Facultades, claro está, tenían más artículos
para vender que otras. La Facultad de Ciencias Económicas, por caso,
abrió una agencia de empleo ofreciendo "a la venta" a sus 60 mil
estudiantes para trabajar en negro en empresas o en el Estado a cambio
de una comisión para la UBA (bajo el nombre de "pasantías"). Otras se
convirtieron en consultoras de todo pelaje, o vendían cursos de idiomas,
o alquilaban inmuebles e instalaciones deportivas. Incluso se vendieron
espacios públicos y aulas para que los privados pongan publicidad. Aun
más; cada vez con mayor fuerza fue instalándose también el arancel
directo, a través del cobro de bochazos, ausentes, títulos y trámites
varios. Más adelante apareció el negocio de los posgrados arancelados
(el Estatuto no decía "literalmente" que debían ser gratuitos), los que
empezaron a proliferar con febril algarabía. Como no había,
definitivamente, fondos para investigación, cada investigador debió
salir a ofrecer sus "productos" al mejor postor, sea nacional o
extranjero, público o privado. A esta altura, el viejo principio de
gratuidad había pasado a la historia, llevándose consigo a su compañera,
la autonomía. Una universidad condenada a mendigar recursos externos no
tiene, no puede tener, libertad de investigación. No es autónoma porque
sus líneas "dependen" del financiamiento externo, condicional y
condicionante.

La consolidación de las famosas "camarillas" responde a este movimiento
de mercantilización. La generación de "recursos propios" cada vez más
cuantiosos –no sujetos a reglamentación estatutaria – dio lugar a todo
tipo de componendas, prebendas, acuerdos, cuando no a grupos con
accionar cuasi-mafioso que se disputan las cajas (la Facultad de
Económicas llegó a tener una facturación que triplicaba los fondos
públicos). Y a la vez, produjo una profunda fragmentación entre los
docentes: por un lado, los recursos "limpios" y genuinos son mínimos, y
sólo alcanzan para un grupo pequeño que estableció los mecanismos
"legales" para su reproducción; por otro lado, los recursos "negros" se
distribuyen "a dedo", según criterios puramente "políticos". Mientras
tanto, la gran masa de los docentes dicta sus cursos gratuitamente o
cobrando salarios de hambre. A modo de ilustración, basta recordar que
el sueldo docente más alto en la universidad no llega a los 2.500 pesos,
una suma menor a la de cualquier obrero industrial calificado. Esta
estructura de castas tiene, además, su correlato en el sistema
electoral. El Estatuto de la UBA le da voto a los docentes concursados;
cuando ese Estatuto se aprobó, en los sesenta, la mayoría lo eran, pero
hoy sólo un porcentaje mínimo puede votar. En la Universidad rige el
voto calificado. Así, en los hechos, tampoco está vigente el espíritu
del cogobierno.

El menemismo generó al interior de la universidad su contrapartida, el
llamado "shuberofismo". En aquella época, la oposición al gobierno
permitía abroquelar políticamente a los profesores y estudiantes para
defenderse de los ataques externos. Mientras tanto, se afinaba y
extendía la privatización encubierta de la UBA. Bajo el rectorado de
Shuberoff se multiplicaron los negocios privados, los "quioscos" y los
"convenios" de toda índole. Por su parte, los centros de estudiante
controlados por Franja Morada se convirtieron también en "empresas de
servicios" con facturaciones millonarias. Se intentó incluso acortar
todas las carreras y, para captar más fondos, se abrió la puerta a los
organismos multilaterales de crédito. Con el estallido del gobierno de
la Alianza en 2001, el radicalismo en retirada debió ocultarse, y esto
incluyó también al espacio de la Universidad. Pero que quede claro: las
camarillas siguen vivas. En el gobierno de Etcheverry, el rectorado
perdió su hegemonía sobre los negocios de las Facultades, fue impotente
para desarticularlos e incluso para denunciarlos; pero éstos siguieron y
siguen viento en popa.

La encrucijada actual parece ser la siguiente: por un lado, las viejas
alianzas del shuberofismo lograron, hasta cierto punto, recomponerse, en
particular en las Facultades más mercantilizadas y profesionalistas. Por
otro lado, en otras Facultades, la ecuación comenzó a modificarse,
impulsada principalmente por la renovación del claustro de estudiantes.
La confrontación toma hoy formas tan violentas porque el proyecto de
recomponer la vieja sociedad de negocios necesita, para imponerse
nuevamente, aplastar al movimiento estudiantil y docente organizado,
acallando a toda la oposición. Del otro lado, el proyecto de
"desprivatizar" y democratizar la UBA para devolverle su carácter
público, gratuito, cogobernado y crítico, no se resuelve, a esta altura,
con pequeños retoques de maquillaje. Esta crisis es entonces síntoma de
una necesidad, presentida desde hace años, y ostensible hoy: la
transformación de la UBA requiere un cambio de raíz. No olvidemos que en
1918, para reformar los estatutos y disolver las camarillas, hizo falta
tomar la asamblea universitaria y arrojar a su rector por la ventana.
Esa reforma fue, en rigor de verdad, una revolución en la Universidad.

Axel Kicillof

Profesor Regular

Investigador Titular